Si yo te pidiera una definición de la pureza de corazón,
¿qué dirías?
-“Un corazón sin pecado.”
-“Una mente sin lujuria.”
-“La falta de deseos impuros.”
Todo lo de arriba se aproxima a una respuesta, es cierto.
Sabes qué dijo Juan Pablo II?
-“La pureza de corazón es la habilidad de ver en el
cuerpo humano la revelación del la gloria de Dios.”
La paz
de la mirada interior
Para llegar a pureza de corazón es menester VER de nuevo…
ver con los ojos de Dios. Toda nuestra
vida, nuestra felicidad, nuestra realización como seres humanos brota de la
manera en que “vemos” la realidad. Lo
que “vemos” es lo que “vivimos.” Nuestra
manera de ver es nuestra manera de ser.
La cuestión es ¿Cómo veo bien? La
respuesta se encuentra en la Teología del Cuerpo.
Hay diferencias de opiniones en cuanto a la vista
adecuada para una persona santa. Hay
personas que piensan, por ejemplo, que la única posibilidad que tiene un hombre
de mantener la pureza de corazón, particularmente si está delante de una mujer
vestida de modo provocador, es NO VER. Un compañero mío dice que cuando va a la playa
lo único que ve es “blanco y rojo.” ¿Qué quiere decir?” le pregunto. Y me contesta que debido a la presencia de
tantas mujeres de bikini, tiene que mirar al suelo siempre, así que sólo ve el
color de la arena e el de la pintura de las unas de los dedos de pie.
Cuando yo como jovencito empecé a buscar ayuda con el
pudor y la pureza, me dieron el mismo consejo.
Para purificar mis deseos, las únicas sugerencias que me ofrecieron
fueron que vertiera la vista. Es curioso
que en todas sus escrituras acerca de la integridad sexual el Santo Papa nunca
menciona verter los ojos. ¿Es decir que
ya no es necesario? Creo que es
necesario en momentos. Pero el control de los ojos no asegura el control de los
deseos del corazón. Y la ausencia de mención
de esta práctica en los escritos de Juan Pablo comunica que existe otro
horizonte hacia el cual debemos dirigirnos como hombres y mujeres buscando la
santidad y la integración sexual-espiritual.
Adán y Eva poseían algo que les hizo imposible verse con
lujuria. Se llamaba “inocencia original.” Como resultado de este don, cuando se miraban
veían no sólo el cuerpo del otro sino la persona entera. Es decir que veían la persona entera revelada
por medio del cuerpo.
Tú te preguntas, “¿Cómo así?”
Adán y Eva vivieron antes del pecado original. Y antes del pecado original vivían con una
vista sacramental, una “óptica sacramental.” Es decir que veían todo lo que existía con
los ojos de Dios. Veían sus propios
cuerpos, en el cuerpo del otro y de hecho en toda la creación por
El, con El y en El. Reconocían
que todo lo que existía merecía su reverencia- que no existía tal cosa para
dominar o apropiar sino para admirar.
Esto fue verdad especialmente en relación con el cuerpo del otro. Lo veían como imagen de la persona e imagen
de Dios. Lo veían como algo hecho para
honrar. La mirada que Adán tenia hacia
Eva y ella hacia él era una mirada de reverencia, de admiración y de paz.
San Juan Pablo se refiere a esta habilidad de ver como la
“paz de la mirada interior.” Dice que
como consecuencia de su inocencia original, ni fue posible que Adán mirara a
Eva como objeto, ni viceversa. Cuando la
miraba, no vio un cuerpo aislado que le invitaba a gratificarse, como pasa típicamente
hoy día cuando un hombre ve a una mujer.
En cambio, él veía todo el misterio de su persona femenina como si
trascendiera su piel, como si emergiera dentro de sí. Y veía en su cuerpo también le revelación de
la belleza eterna de Dios.
La
ciencia de la nueva vista
“Hemos perdido la habilidad de ver.” Así ha dicho uno de los mejores escritores
católicos de nuestros días. Quiere decir
que no más vemos de la manera como Adán y Eva vieron.
Con la entrada del pecado original Adán y Eva perdieron
la habilidad de ver con pureza de corazón- pero no por siempre. Ahora fue necesario recapacitar la paz de la
mirada interior por medio del Espíritu Santo, que renueva todo. El Espíritu Santo – y solamente Él - nos
enseña cómo vivir según la orden divina, según la lógica del amor, y cómo
ver todo de nuevo. Juan Pablo dice que
es el Espíritu Santo que nos restaura la visión sacramental de la vida para que
veamos en todo lo que hay, especialmente en el ser humano, el Dios invisible
que revela la gloria de su Persona por medio de sus criaturas.
Nosotros somos llamados a ver todo lo creado y
particualrmente el ser humano con los ojos de Dios, el Dios que nos proporciona
la pureza de corazón.