Saturday, June 28, 2014

La Pureza de Corazon


Si yo te pidiera una definición de la pureza de corazón, ¿qué dirías?

-“Un corazón sin pecado.”

-“Una mente sin lujuria.”

-“La falta de deseos impuros.”

 

Todo lo de arriba se aproxima a una respuesta, es cierto.

 

Sabes qué dijo Juan Pablo II?

-“La pureza de corazón es la habilidad de ver en el cuerpo humano la revelación del la gloria de Dios.”

 

La paz de la mirada interior

Para llegar a pureza de corazón es menester VER de nuevo… ver con los ojos de Dios.  Toda nuestra vida, nuestra felicidad, nuestra realización como seres humanos brota de la manera en que “vemos” la realidad.  Lo que “vemos” es lo que “vivimos.”  Nuestra manera de ver es nuestra manera de ser.  La cuestión es ¿Cómo veo bien?  La respuesta se encuentra en la Teología del Cuerpo.

 

Hay diferencias de opiniones en cuanto a la vista adecuada para una persona santa.  Hay personas que piensan, por ejemplo, que la única posibilidad que tiene un hombre de mantener la pureza de corazón, particularmente si está delante de una mujer vestida de modo provocador, es NO VER.  Un compañero mío dice que cuando va a la playa lo único que ve es “blanco y rojo.”   ¿Qué quiere decir?” le pregunto.  Y me contesta que debido a la presencia de tantas mujeres de bikini, tiene que mirar al suelo siempre, así que sólo ve el color de la arena e el de la pintura de las unas de los dedos de pie. 

 

Cuando yo como jovencito empecé a buscar ayuda con el pudor y la pureza, me dieron el mismo consejo.  Para purificar mis deseos, las únicas sugerencias que me ofrecieron fueron que vertiera la vista.  Es curioso que en todas sus escrituras acerca de la integridad sexual el Santo Papa nunca menciona verter los ojos.   ¿Es decir que ya no es necesario?  Creo que es necesario en momentos. Pero el control de los ojos no asegura el control de los deseos del corazón.  Y la ausencia de mención de esta práctica en los escritos de Juan Pablo comunica que existe otro horizonte hacia el cual debemos dirigirnos como hombres y mujeres buscando la santidad y la integración sexual-espiritual.

 

Adán y Eva poseían algo que les hizo imposible verse con lujuria.  Se llamaba “inocencia original.”  Como resultado de este don, cuando se miraban veían no sólo el cuerpo del otro sino la persona entera.  Es decir que veían la persona entera revelada por medio del cuerpo. 

 

Tú te preguntas, “¿Cómo así?”

 

Adán y Eva vivieron antes del pecado original.  Y antes del pecado original vivían con una vista sacramental, una “óptica sacramental.”  Es decir que veían todo lo que existía con los ojos de Dios.  Veían sus propios cuerpos, en el cuerpo del otro y de hecho en toda la creación por El, con El y en El.  Reconocían que todo lo que existía merecía su reverencia- que no existía tal cosa para dominar o apropiar sino para admirar.  Esto fue verdad especialmente en relación con el cuerpo del otro.  Lo veían como imagen de la persona e imagen de Dios.  Lo veían como algo hecho para honrar.  La mirada que Adán tenia hacia Eva y ella hacia él era una mirada de reverencia, de admiración y de paz. 

 

San Juan Pablo se refiere a esta habilidad de ver como la “paz de la mirada interior.”  Dice que como consecuencia de su inocencia original, ni fue posible que Adán mirara a Eva como objeto, ni viceversa.  Cuando la miraba, no vio un cuerpo aislado que le invitaba a gratificarse, como pasa típicamente hoy día cuando un hombre ve a una mujer.  En cambio, él veía todo el misterio de su persona femenina como si trascendiera su piel, como si emergiera dentro de sí.  Y veía en su cuerpo también le revelación de la belleza eterna de Dios.

 

La ciencia de la nueva vista

“Hemos perdido la habilidad de ver.”  Así ha dicho uno de los mejores escritores católicos de nuestros días.  Quiere decir que no más vemos de la manera como Adán y Eva vieron.

 

Con la entrada del pecado original Adán y Eva perdieron la habilidad de ver con pureza de corazón- pero no por siempre.  Ahora fue necesario recapacitar la paz de la mirada interior por medio del Espíritu Santo, que renueva todo.  El Espíritu Santo – y solamente Él - nos enseña cómo vivir según la orden divina, según la lógica del amor,  y cómo ver todo de nuevo.  Juan Pablo dice que es el Espíritu Santo que nos restaura la visión sacramental de la vida para que veamos en todo lo que hay, especialmente en el ser humano, el Dios invisible que revela la gloria de su Persona por medio de sus criaturas. 

 

Nosotros somos llamados a ver todo lo creado y particualrmente el ser humano con los ojos de Dios, el Dios que nos proporciona la pureza de corazón.